Las relaciones entre seres humanos son en extremo complejas, y si hablamos de relaciones de pareja, el asunto se complica aún más. Las diferencias entre hombres y mujeres debieron ser muy evidentes desde el nacimiento de nuestra especie, revelándose estas al mismo tiempo que aparecía la conciencia en el colectivo. Se tienen evidencias de que por lo menos desde hace 20,000 años la humanidad tenía claras diferencias sociales basadas en el género. Se sospecha incluso que existió un periodo en el que las mujeres ocuparon un sitio privilegiado en varias civilizaciones, gracias al misterio que envolvía al fenómeno de la concepción.
Sin embargo, el comportamiento actual de los seres humanos está influenciado en su mayoría por factores cuya existencia se remonta a millones de años en el pasado. Por asombroso que a algunos les parezca absolutamente todos los sentimientos que experimentamos son generados por la química cerebral. Los que nos atañen para el tema en cuestión son los sentimientos hacia otras personas. Como el enamoramiento, el afecto, la ternura, el cariño, el amor, etc.
Los sentimiento de enamoramiento y amor son los principales mecanismos para asegurar la reproducción en la especie. Seguro están pensando que la atracción física y el deseo sexual ganan indiscutiblemente en éste rubro, pero ellos sólo garantizan el acoplamiento y la fertilización. Para elevar las expectativas de supervivencia de la indefensa descendencia en sus primeros años es indispensable procurar un ambiente de protección y cuidado por parte de los progenitores. Esto supone un evidente sacrificio para estos; de recursos, tiempo y esfuerzo. Así los instintos que vemos en los mal llamados “animales superiores” siguen operando casi de forma idéntica en los humanos. De ahí que los sentimientos de fraternidad, ayuda y sacrificio hacia nuestros semejantes no sea otra cosa que instintos de supervivencia mezclados en una maraña compleja en nuestros cerebros. Esto lo explica con elocuencia Richard Dawkins en su laureada obra El Gen Egoísta.
Así pues, el enamoramiento provoca mediante estímulos químicos que nos recompensan con un complejo y agradable estado de placer, querer permanecer junto a una persona más allá del simple acto de coito. El amor entra en acción para garantizar con un estímulo todavía más potente que deseemos compartir incluso toda nuestra vida con esa persona que ha entrado en el catálogo cerebral con la etiqueta “especial”. La Antropóloga Helen Fisher se ha dedicado a comprender las emociones y ha logrado comprobar que todo cuanto ocurre en el amor puede ser explicado en base a la actividad electroquímica del cerebro. Por lo tanto los mecanismos se suceden unos tras otros transformando aquél tórrido romance en una relación de amistad, cariño, afecto y una especie de seguro para satisfacer de forma casi mecánica una de las necesidades básicas que contempla la Pirámide de Maslow.
En un análisis superficial esto sonará muy crudo, frío y tal vez hasta simplista, pero yo considero que así como podemos saber la preparación, ingredientes o incluso los compuestos químicos de un pastel y aún disfrutarlo al comerlo. También podemos no sólo disfrutar el sentimiento llamado amor, sino quizás aprovecharlo más al experimentarlo, o recuperarse pronto al perderlo, si se comprenden los mecanismos y factores que influyen en su funcionamiento. Uno de ellos es su caducidad. Muchos neurólogos y psicólogos como Robert Sternberg han podido encontrar un patrón en este sentido, y casi todos están de acuerdo en que el periodo de enamoramiento en la mayoría de las personas dura tres meses y en algunos casos hasta un año y para el caso del amor por lo general dura un año pero puede extenderse hasta tres y en casos extraordinarios hasta diez. Curiosamente este periodo se ve claramente reducido si la pareja procrea.
La teoría triangular del mismo Sternberg contempla 3 ejes, intimidad, pasión y compromiso, cuyas combinaciones dan hasta siete diferentes tipos de amor, siendo el Amor Consumado el ideal pero que pocos alcanzan y virtualmente nadie logra sostener. Las personas en este estado “ideal” pueden considerarse personas afortunadas sólo porque están dentro de uno de los parámetros antinaturales que nuestra sociedad dicta, la monogamia.
Otro antropólogo, Art Aron, se dio a la tarea de comprobar si un grupo de personas que afirmaban seguir enamoradas y amando a sus parejas decían la verdad o una novelesca mentira. La resonancia magnética funcionó mejor que un polígrafo para desenmascarar la “noble” mentira en la mayoría de los casos, sin embargo algunos sujetos no mentían. Las áreas del cerebro asociadas con el amor, la pasión y el enamoramiento, todavía estaban activas a más de 25 años de haberse disparado, sus células ApEn seguían produciendo dopamina cuando el sujeto de estudio pensaba o veía a su pareja.
Existen incontables manuales, libros y recetas que ofrecen guías para llevar una vida de pareja exitosa, pero la verdad es que no hay una fórmula estándar para lograrlo. Y por lo que sabemos al día de hoy, amar a su pareja y aún más raro; ser correspondidos después de varios años de relación, es una rareza o anomalía de la naturaleza.
Sin embargo podemos disfrutar de los periodos de tiempo que decidamos compartir con otra persona. Evitando en la medida de lo posible sufrir innecesariamente. Debemos ser honestos con nosotros mismos y discernir si la persona que tenemos enfrente nos atrae sólo físicamente o a otros niveles, y por supuesto, hacérselos saber y no dar falsas expectativas. Tengamos en cuenta que no existe persona en el mundo que sea perfecta, y si le agregamos a eso las preferencias de cada uno, la búsqueda de la pareja ideal se convierte en una cruzada frustrante, absurda y sin fin. Cuando tenemos una pareja estable, y sobre todo cuando decidimos vivir con ella, siempre le encontraremos defectos, si nos son tolerables deberíamos tener la madurez suficiente de ver sus virtudes y aceptar esos pequeños detalles, pero jamás intentar cambiarlos, esto sólo precipita la ruptura pues no se está aceptando a la persona tal y como es. Si sucede que no podemos pasar por alto sus faltas más vale decirlo a tiempo y evitar conflictos desgastantes. En realidad salir airoso de una relación moribunda no es tan difícil, sólo hay que ser honestos y maduros como ya he dicho. Y sobre todo no sentirse mal u obligado a seguir en una relación en la cual ya no se quiere estar.
Muchos estarán pensando que tomando en cuenta todo lo expuesto casi nadie podría llevar una relación de pareja, y menos aún sostenerla por mucho tiempo, ya no digamos toda la vida. Están en lo correcto, no importa si consideran que está bien o mal, es simplemente la realidad. E iría aún más lejos, hay algunas personas, que ni siquiera deberían intentarlo, pues no están hechos para ello.